La oronda figura de Jomer se tambalea en medio de una pesadilla de zarzales y arbustos espinosos. Incluso él, que ha nacido y crecido en un pueblo rodeado de un frondoso bosque, aún se sorprende de lo muy inexactas que suelen ser las descripciones campestres. Tanta tontería romántica de hermosos robles y plácido césped sembrado de margaritas que siempre aparece en películas, cuentos e historias, cuando la verdad es que la “Madre Naturaleza” disfruta como una perra torturando a los incautos turistas que se adentran en la maleza con picaduras y zarpazos hasta en las pestañas... ¡menuda trampa mortal que es la puñetera vida silvestre! O al menos eso es lo que piensa Jomer esta calurosa noche. “Los bosques deberían ser una moqueta de césped bien segado con unos cuantos árboles, para que haya un poco de variedad en el paisaje. Como esos campos de golf que salen por la tele... Pero sin los teletubis esos de la percha en la cabeza” reflexiona mientras pisa el cadáver putrefacto de una ardilla. El insomnio le ha hecho salir en pijama y pantuflas de casa, cubriéndose apenas con una chaqueta de cazador (herencia de su abuelo), para ir a “El Único Bar De Aquí” a tomar el último trago del día. Media docena de cervezas después lloraba sobre el hombro del bueno de Corto, deprimido por su vida, su desempleo, su soltería y la muerte de la madre de Bamby. Un par de jarras más tarde la Castafiore (la mujer de Corto) le estaba echando del bar a golpes de sartén antiadherente. A Jomer le ha parecido una actitud muy injusta. Cierto que hacía horas que el bar estaba cerrado. Cierto que él se ha colado por la ventana del cuarto de baño, hasta el dormitorio que comparten el matrimonio de taberneros (en camas separadas), en la vivienda adyacente al local, y ha despertado a Corto para que le sirviera una copa con el viejo truco de gritarle al oído “¡¡¡¿¿¿ESTÁS DESPIERTO???!!!”. Cierto también que antes de empezar a llorar sus penas, más o menos entre la cuarta y la quinta cerveza, se ha puesto en pié encima de la mesa a cantar “¡¡¡El cayado del mago tiene un nudo en la punta, un nudo en la punta, un nudo en la puuuntaaa...!!! a pleno pulmón. Pero dado que su prominente barriga es fácilmente confundible con un avanzado estado de preñez, en opinión de Jomer, lo sensato habría sido asegurarse que no estaba rompiendo aguas (algo perfectamente comprensible en su delicado estado), antes de acusarle de haberse hecho cosas sucias sobre el suelo de parquet del local y emprenderla a sartenazos antiadherentes con su cabeza. En cualquier caso, cuando se ha visto en la calle, en pijama, frotándose con una mano la coronilla lastimada y con la otra el abultado vientre (hogar del posible aunque poco probable Jomer Júnior) ha sido cuando le ha venido el antojo de setas y se ha encaminado para el bosque a buscarlas. De eso hace ya un buen rato, tiempo más que suficiente para arrepentirse de tan absurda decisión. Sin embargo, Jomer es un hombre de principios y ni las espinas de los zarzales que desgarran los pantalones de su pijama de Spiderman, ni las viscosas vísceras de la ardilla muerta que acababa de pisar y que se filtran lentamente al interior de su pantufla, le harán desistir de su misión. Ha llegado hasta aquí a por setas y no se marchará sin ellas. Consigue avanzar hasta una zona más despejada de maleza. Se agacha y se pone a examinar el suelo. Apenas hay luz lunar, así que cada vez que encuentra algo sospechoso de ser comestible lo recoge, se pone en pie y lo olisquea. Cuando ya se ha llevado a la nariz varios excrementos de jabalí, su sentido del olfato dice basta y le abandona. Está prácticamente seguro de que lo que en este momento tiene en la mano es un champiñón algo pocho, pero la única manera de asegurarse de ello es darle un pequeño mordisco. Y es precisamente entonces cuando ve a la vaca. –Vaya, vaya, vaya ¿Pero qué tenemos aquí? –dice, feliz de encontrar una excusa para posponer su experimento. –Soy una vaca –le contesta la vaca, observándolo fijamente–. Yo en tu lugar no me comería eso. –Déjame adivinar. Es otra mierda de jabalí, ¿verdad? –No. Es la cabeza de la ardilla muerta que tienes pegada al pie. –Buaaaghhhfff... –Jomer se apoya en el árbol más cercano a vomitar varios litros mal digeridos de cerveza. Cuando acaba de limpiarse la boca con la manga de su chaqueta se gira de nuevo hacia el cuadrúpedo. –Me voy a casa, creo que se me ha pasado el hambre –y se encamina de regreso al pueblo. La vaca le sigue con la mirada hasta que desaparece súbitamente entre los arbustos. Casi inmediatamente vuelve a aparecer sacudiéndose la ropa de ramitas, tierra y frotándose una rodilla. –¡Estoy bien, estoy bien! ¡No me he hecho daño! –y se aleja nuevamente, cojeando, hasta perderse de vista. –Están locos estos humanos –se dice la vaca. Luego se olvida del tema y continúa ocupándose de sus vacunos asuntos.
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